Chichizola se mostró firme, con la templanza de Carrizo, a quien reemplazó. Y no le anotaron, como en su debut.
Decía Gatti (y aún continúa diciendo, años y años después) que lo peor que le puede pasar a un arquero es atarse a su propio arco. Que quedarse ahí, vigilante agazapado, es condenarse a que el delantero pueda elegir, calibrar, apuntar, disparar. Dar un paso atrás, insistía el Loco, es invitarse a ser vencido, terminar enredado en tu propia red. Alumno del enorme Pato Fillol, Leandro Chichizola demostró ayer la importancia de dar un paso -ese paso- al frente. De leer cada jugada, anticiparse, aparecer antes que el peligro no se pueda evitar, o sea mucho más difícil hacerlo. En apenas su segundo partido en River (el primero, un 0-0 contra Toronto FC, el 21 de julio del 09), el arquero de San Justo, Santa Fe, demostró lo que pocos: no es necesario haber atajado un balinazo para atajar bien.
Carrizo ya le había dicho a la prensa que el chico de 20 años tiene “una gran similitud con mi estilo”. Algo, de a poco, ya se vio: un tiro libre frontal de Verón (el primero al arco) lo desactivó con una mano, sereno, parado, tirándola por arriba del travesaño. Otra similitud: no dio rebotes. Y una más, la escrita al principio: nunca se refugia en el arco, apostando a sus reflejos, sino que intenta anticipar. A los tres minutos nomás, la Gata Fernández buscó un pase largo a la espalda de los centrales y apenas levantó la cabeza ya lo tenía al santafesino (un gato blanco) apurándolo abajo. A los 31’, otra vez: la Gata pisó el área, y Chichizola no lo dejó ni respirar.
Tampoco es para escribir que el arquero tiene el temple de Carrizo y la velocidad de piernas de Costanzo, pero sí se puede asegurar que River no afloja en la crianza de cancerberos. Chichizola parece ser la última perla.
sábado, 29 de enero de 2011
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